14 feb 2010

INSTANTÁNEAS: El Puertillo




Hace poco estuve en Arucas, mi ciudad natal, y como siempre que voy, hago el mismo ritual. Necesito escuchar el rugir del Atlántico mientras araña las piedras volcánicas de la costa.

Esta vez me acerqué hasta el Puertillo, en el barrio de Bañaderos, salida natural del aruquense que busca el océano.

Y grande fue mi decepción cuando lo encontré cubierto por obras muertas. Obras muertas porque estaba la remodelación parada. Y allí estaba yo, sentada en una terracita mirando la arena oscura de la calita, mientras la memoria corría junto al rompeolas, el charco de los erizos, la piscina, el charco de los fideos.

Me dió mucha tristeza, pues sentí que me habían robado esa parte de la playa. Me dieron ganas de saltar la valla metálica y recorrer de nuevos esas piedras resbaladizas con los pies descalzos. Para que la pena no arrasase el alma vagabunda de una exiliada pensé : "Los cambios son buenos, pronto estaría esa playa con la cara lavada. Seguramente podré atestiguarlo en mi próximo viaje".

Ya son diez años fuera de Arucas y aunque llamo a menudo preguntando si ha cambiado algo, todos me dicen: "No, nada. Aquí no cambia nada". Ay, pero que traicionada me siento cuando voy y veo que han cambiado el sentido de las calles, han cambiado las estatuas de sitio, ha desaparecido la cantera de piedra, que de niños nos parábamos a mirar desde arriba, hacia aquel imponente agujero de aguas verdes, ahora se ha transformado en túnel.



Los cambios son buenos y Arucas está más bonita, lo reconozco. Me encantan sus calles empedradas, los colores de las fachadas de la calle León y Castillo. Sí es hermoso, pero no me engañen, el cambio es algo tan inexorable como el paso tiempo, lleva inherente el proceso transformador, es necesario. Pero no me digan que todo sigue igual.

Un saludo

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