29 abr 2011

Minirrelato: La niña que leía demasiado (I)

Había una vez una niña que leía a todas horas, de día, de noche. Le encantaban los libros, su tacto, su olor, las letras, sus formas. Le gustaba soñar despierta, a veces soñaba que podía acariciarlas. Un día iban por la calle y la niña le dijo a su madre: Mamá, me gustan las formas de las letras y los números me gustaría tocar uno. La madre la mira y le contesta: Las letras no se pueden tocar. Justo en ese momento pasaron por delante de una tienda de ropa llamada "99", porque todos sus precios acababan en esa cifra. Y tenía en la puerta un cartel en relieve con esos números. La niña los vió y se dijo así misma: ¿Cómo que no? Si esos números están ahí cerca, a la altura de mi mano y los podría agarrar. Sumida en esos pensamientos no se quedó muy conforme, pero sigue con el paseo.

Pasa el tiempo, la niña sigue leyendo todos libros que va encontrando, algunos le parecen aburridos así que decide cogerse el diccionario y leerlo. Le pareció apasionante, porque podía abrirlo por cualquier capítulo y las historias que le contaba era alucinantes, pero como todo buen libro que se precie había que leerlo desde el principio, desde el título, pasando por el índice, el prólogo, las dedicatorias, los agradecimientos y luego ya por el capítulo 1: La A.

Por supuesto, ante tal comportamiento el padre que había observado en silencio el desarrollo de la niña, le dice: Hija, no leas tanto que no es bueno. Es que a mí me encanta - le responde ella, brillándole los ojos. Otro día, la niña, como niña que era, traviesa e imaginativa hizo alguna travesura, y como no hay crimen sin castigo. La medida correctora para hacerla recapacitar era quitarle lo que más le gustaba: los libros. Pero, como ella era un poco rebelde decía que sí pero luego se metía los libros entre la ropa y corría a esconderse en el hueco de las escaleras a leer.

La niña leía y leía, hacía preguntas todo el tiempo, primero a su madre, si ella no sabía contestarlas se las hacía a su padre o a los abuelos. No se callaba, preguntando y preguntando: ¿Y eso por qué?, ¿y por qué, y por qué, y por qué? Los traía a todos de cabeza. En uno de esos castigos prolongados de: "Un mes sin leer", ella termina todas sus tareas, coge un libro y se lo mete en la ropa, se puso un abrigo encima para que no se notara que escondía algo. Pero, el padre que sabía más por viejo que por diablo, la ve vestida así y le dijo: "Niña, no te aquijotes" y la dejó marchar.

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