27 mar 2013

Minirrelato: El Loco y la Diva

AFP PHOTO PHILIPPE MERLESidi Larbi Charkaoui y María Pagés en el espectáculo «Dunas»
Había una vez un chico al que le encantaba hablar. Era soñador, carismático, disfrutaba contando historias. A este chico, le pusieron el mote de "El loco". En el fondo no estaba mal calificado, porque su locura era amor por la palabra. Palabras transportadas en las suaves ondas y que volaban hasta el oído de sus oyentes.

Un día el Loco, subido en lo alto de un banco del parque divisó entre su público a una diva. Esta Diva, que iba de divina, resplandecía. Así que ya se sabe, chico conoce chica, y el resto para la imaginación. El paso del tiempo es lento pero seguro, así que si la cerveza pierde su blanca espuma. La borrachera inicial del amor recién empezado pronto dejó paso a la realidad. La convivencia 'madre de todas miserias" espabiló a los amantes.

Ya no se veían tan locos, tan divinos, pero sí muy humanos. Los dos querían llevar las voz cantante. Los dos se sentían divos, los dos se sentían divinos. Él quería su papel protagonista, hablaba y hablaba a todas horas, así que de tanto practicar, de charlatán en los parques se trasladó a los escenarios. De tanto que se perfeccionó, llegó a conseguir el reconocimiento del mundo. Se transformó en el actor perfecto, conmovía a todos.

Entre tanto la Divina, había comenzado también su transformación. Ella también quería formar parte de ese cielo estrellado, el Olimpo estaba desequilibrado. Si no, que sería una buena película sin un buen guión. Divina, no tenía vocación de oradora, se sentía más cómoda escribiendo. El descubrimiento la hizo sentirse aún más divina, porque ahora volaba.

La diva escribía en las servilletas, en los cuadernos, corregía las faltas de ortografía de los grandes libros. Todo le apasionaba. Sobre todo, cuando se dió cuenta que esas palabras escritas eran mágicas, transformaba al que las leía. Se sentía feliz, publicó cientos de libros para todas las edades, sentía que sus manos eran como las del Rey Midas. Todo lo que tocaba se transformaba en oro. Así llegó al firmamento, se transformó en una estrella de luz dorada.

Los dos, el Loco y la Divina, tenían sus momentos de soledad. Él con tanta tourné y ellá con tanta firma de libros. Hacía mucho que los dos brillaban en el cielo sin estorbarse. Así pasaban los días y las noches. La rutina les hizo a los dos una visita para quedarse. Rutina se convirtió en ese huésped incómodo que dice viene para tres días pero trae como equipaje el armario completo. La repetición transformó el brillo de las estrellas en algo cotidiano como la luz de las farolas.

Loco y Diva, hartos ya de tanto primer plano, empezaron a sentir la llamada de la Tierra. Necesitaban un punto de encuentro, pues el firmamento había hecho que se viera el planeta azul demasiado lejos. Así que se sentaron en un café de la Luna para volver a dialogar. En medio de la conversación, se miraron a los ojos y desearon bajarse juntos del firmamento. Ya se habían demostrado así mismos y al mundo que brilla el que quiere. Que el cielo está al alcance del que se lo curra. Llegaron a estas conclusiones sin esfuerzo, sin un grito, sin un reproche. 

La Luna se transformó para los enamorados, dejó ser satélite que gira alrededor de la Tierra, para convertirse en puente entre el cielo y el suelo. El resto de la historia, es como todas las historias, llegaron a su pueblo, tuvieron unos cuantos churumbeles a los que les encantaba dejar grafittis en las paredes.

1 comentario:

Alfred dijo...

Tras la noche acunada por la luna, aparece el día radiante con un sol imponiendo su orden natural, para que los churumbeles jueguen con luz y calor.
Un saludo.

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