8 jun 2016

Minirrelato: La capa

Pintora“Mary Jane Ansell” 
Érase que se era, en el país de las peras... Un árbol tan grande y tan frondoso cuyo fruto estrella se componía de una delicada capa de piel que se adaptaba a todo tipo de contornos, los estilizaba y sacaba un partido enorme.  Esto era un maravilloso y gran problema, pues los médicos de cirugía estética cada vez operaban menos. La industria cosmética estaba afónica de cantar como una sirena encallada en secano. La industria de la moda se veía con las tijeras melladas y las agujas torcidas.

¡Esa dichosa capa no necesitaba costuras, era hipoalergénica, ecológicamente sostenible y encima gratis! ¡Rediós! ¿Qué te ha hecho la industria en general para que nos hayas castigado con tanta perfección? No podemos programarla para que se autodestruya cada temporada, no podemos ganar dinero porque pasa de mano en mano libre. Hemos querido cobrar impuestos por bienes "bienpuestos", pero no ha colado. Intentamos imitarla, denostarla, hemos pagado estudios asegurando científicamente que es cancerígena y que provoca enfermedades raras. Y no hay manera.

¿Ahora que hacemos gran árbol? ¿No tuvo la humanidad bastante con el divino manzano? Árbol que nos sacó del paraíso y nos metió en la cola del paro. Esa primera manzana que creó la oferta, la demanda y el autoservicio. ¡Malditos árboles! Si no podemos transformar, embellecer o maquillar, ¿qué hacemos con ellos? ¿Qué será lo siguiente? ¿Volar? Dios creador de árboles, ¿qué nos vas a dejar a la industria? 

Sí, si, ya sé que no rezaban las palabras que Tu Santo Oído querían oír. Ya sé que solo dicen: "lo deseo, lo necesito, me lo compro. Amén". Señor bendito, mientras sigues creando árboles que quitan el hambre, que quitan el frío. ¿Yo que vendo? Cada abrigo que se ponen sustituye el Ipad de mis hijos por una tablet pordiosera, ¡que da miedo verla! Por cada manzana que se comen de tu árbol no se venden las hamburguesas elaboradas en serie por cocineros de postín. Perdóneme Señor mío, esas capas los embellecen de tal manera que no necesitan apenas nada. ¿Y que hace la industria, el comercio, el transporte? ... ¿Por qué nos castigas con la peste de la austeridad verdadera?

Así lloraban unos, mientras otros se miraban en el espejo como si hubieran vuelto a nacer. La capa les había dado una seguridad que nunca antes habían sentido. Ya no veían arrugas, ni se notaban las estrías y si estaban ya no se acordaban. No se veían gordos, flacos o torcidos. Eran felices por primera vez, pero los otros no paraban de inventar. Lo último, fue decirles que la capa era transparente, que simplemente iban desnudos - como aquel rey tonto del cuento - a piel descubierta.  De repente, sintieron dudas, ¿iban desnudos y se gustaban? ¿Mostraban unos a otros sus heridas de guerra y no se sentían rechazados?

Por supuesto, esto creó un nuevo paradigma, esconder el cuerpo tras los potingues y accesorios que la poderosa industria - nuevo dios imperante - había conseguido implantar en los cerebros de sus acólitos. O una nueva autoestima surgida del aceptarse a sí mismo, sin decoración y con respeto.

Como ocurre en todos los cuentos, la historia se acaba cuando pone fin. En este, el desenlace lo pone un gran cartel de Rebajas donde se lee: "Capa de piel a mitad de precio hasta fin de existencias". Mientras de fondo, una voz recita que: "Hay bandejas de kilo y medio de manzanas y peras a un euro con cincuenta".

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