18 ago 2018

Minirrelato: El soldado de corcho


Allí estaba aquel ser, deshidratado en el desierto, en aquella duna que lo recibía como su última cuna. El efímero seno de arena que sentiría bajo sus dedos. El delirio le hacía tener pensamientos oscuros. Sabía que podía morir, pero el mismo deseo de beber algo lo ataba a la existencia. Notaba la fiebre ascendiendo como la lava que hace el recorrido a la inversa, derritiendo la cabeza. 

Se sentía acartonado, como un alcornoque viejo al que le han quitado cientos de capas. No sabía cómo había llegado hasta allí. Su cuerpo olía a sudor y cobre. Laceraciones hirvientes recorrían todo su cuerpo, pero no sabía por qué, ni quién lo había hecho. No podía odiar, ni tampoco perdonar.  Volvió a perder la consciencia.

- El umbral del dolor es alto, tolera con demasiada facilidad la tortura y el sufrimiento- Escuchó que decían. Tiene la piel encallecida y los nervios atrofiados, nudosos, como un árbol viejo. 

Lo sabía, se estaba transformando en un ser deforme, había perdido su identidad, no era hombre, pero tampoco mujer. El látigo lo había esculpido de nuevo. Era surco y grieta, era coral en el fondo del mar.  En las callosidades se encontraban los borrones de lo que otros quisieron firmar. 

Se despertó delirando, agarró la arena en un puño como queriendo abarcar el desierto entero y convertirlo en talud y mortaja. El polvo en el polvo, el seco bautismo de los muertos. Sus dedos como garras, como ramas famélicas. Se sentía tronco sin raíces cuyos frutos estaban muy lejos. Solo, donde nadie oyó su caída para contarlo. 

Sintió mareo y empezó la caída libre, hasta que escuchó el descorche de una botella.

12 jul 2018

Minirrelato: Elegía a las musas

Portada de Festín de Cuervos
Mi musa estaba muy leída y no cometía faltas de ortografía. Vigilaba y escuchaba tras las puertas para buscar historias frescas. Las traía presas en su boca chorreando sangre caliente. Las tiraba moribundas en la mesa y se iba sin esperar agradecimiento. 

Los cuerpos empezaron a amontonarse, como en  una fosa común. La musa empezó a aullar para llamar la atención hasta quedar afónica, pero hace mucho que me quedé sordo. Ya no puedo escuchar las voces. Sí, la castración química para los escritores existe. Nos volvemos más terrenales, más cínicos y no nos reímos con facilidad. Cuando consiguen domesticar a un artista, éste se vuelve opaco, un poco más muro y menos piel. Ya está muerto y apto vivir en sociedad.

Mi mente esboza mil excusas para eludir el hecho de que la musa no murió de vieja. Me la dieron bastante usada, sí, pero mi musa era hembra dominadora. Era hembra transgénero que ya había matado al toro por los cuernos. Y cada cuerno era un seno en su pecho. Le gustaban las bromas casuales, las sátiras burlescas y las caricias en sitios innombrables. Era absurda, picante y excelsamente relevante. No pasaba desapercibida, más que susurrar al oído me daba collejas y gritaba: ¡Espabila 'tarao'!

Ella murió de indiferencia y tabaco, la cirrosis la volvió amarillo fatiga y murió extenuada. El escritor sin embargo, está maldecido con la oportunidad de vivir muchos años bajo el signo de la normalidad grabado en escarlata en su frente. Muses semper in pace.


2 feb 2018

Minirelato: Corrientes

El viento soplaba desde el este, la hoja salió despedida de la rama, se dejó llevar. El viento, llamado por algunos como destino, la arrastraba. Nadie le pidió permiso, se sintió nadie entre las corrientes frías y calientes. No era muy consciente si ella tomaba partido del todo, es difícil controlar el vuelo en todas sus incógnitas.
Resultado de imagen de remolino de hojas secas b/n
You Can Be Smile
De esto hace mucho tiempo ya, la música 'retro' suena con ansias de un pasado que no vivió, no fue su pasado, aunque las notas se empeñaban en decirle que tenía que volver allí. Películas de los años 40. Rostros bellos, casi hieráticos y fríos. Allí, donde los árboles en blanco y negro no distinguen el cambio de estación.

Esa hoja que perdida en la travesía aérea de los muertos, no todos nadan en los ríos infernales. El hedor que desprenden es denso como una ola enfurecida y rabiosa vomitando espuma. La hoja muerta siente todas las muertes.

De nuevo suena la marcha fúnebre a ritmo de jazz. Hoja libre y soñadora, encuentra en la muerte la libertad sin leyes, ni protocolos que no encontró en vida. Hoja libre y transgresora que siempre miró a todos con la maldad infantil de un alma ingenua. Peligrosa en sí misma, por su candidez y falta de  maldad verdadera. Hoja que baila en las sombras, mientras escribe en sus venas el guión para la siguiente vida. 

Hoja febril y cardíaca, hoja de árbol, hoja de libro, hoja de cuaderno, hoja del libro de los muertos, hoja del registro civil y del bautismo. Hoja que busca en la genealogía de sus ancestros un hueco para dejar su huella. Necesidad vestigial que nos vuelve repetitivos y cansinos. Un día como, hace años, pensamos lo mismo de manera sincronizada, con la sincronización global que nos hace aburridos y anodinos, pero enfermos de unicidad y tan diferentes del resto como la capacidad de ser genuino tengamos.

La hoja entra en el reino del olvido, todo lo que apuntó con tanto esmero, todo lo escribió con la delicadeza de un amanuense desaparece como ella. 

Minirrelato: Al estilo Ennio Morricone

Morricone Xilófono de entrada,  hace imaginar una bailarina, leve y ligera, pero pronto la banda sonora trae intriga al cuadro. El tutú se v...